martes, 14 de agosto de 2012

LA CIUDAD EN EL ÁRBOL






Una disolución es una combinación de un líquido con varios componentes que están mezclados en él, formando un conjunto homogéneo. A veces, cuando cambian las condiciones de presión o temperatura ambiental, algunos de estos componentes se concretan y se depositan en la base de la disolución; precipitan, como se diría en lenguaje científico. Y allí queda visible un poso, una esencia de lo que fue el todo mezclado.

En cierto modo las ciudades son gigantescas disoluciones en las que todo está mezclado y movido por corrientes inciertas. Como si fueran líquidas, se resisten a ser cerradas en una forma concreta: se nos escapan entre los dedos cuando queremos describirlas con pocos adjetivos, y nos sorprenden cuando creíamos saber que esperar de ellas. Y, como en toda disolución, el soluto, lo invisible, es en realidad lo que les da olor y sabor, lo que forma su esencia. Esa materia oscura interacciona con nosotros de una manera inevitable. Con respecto a la forma de los espacios urbanos, por ejemplo, mil pequeños detalles repetidos nos influyen sin que nos demos cuenta, como si fueran el tic tac de un reloj. Unos gestos arquitectónicos que con frecuencia aparecen en el rabilllo de nuestro ojo, unas texturas habituales, forman nuestra percepción mas profunda de una ciudad.

La fotografía superior está tomada el pasado invierno en un cruce cualquiera del eixample esquerra. La pintura parece agazapada, llamando desde su rincón a las miradas vagas del peatón que sepa distraerse mientras espera que el semáforo se ponga en verde, y convierte en su modelo a un chaflán anónimo, y probablemente inadvertido sino fuera por ella. Los chaflanes, comparados con los edificios de postal, son uno de esos actores secundarios, uno de esos gestos repetidos, que le dan al eixample un sutil encanto de lo cotidiano. Como también lo son los plátanos, en la corteza de uno de los cuales la imagen empieza a descorcharse como si fuera una parte orgánica del tronco. Nada que ver con un rincón pintoresco en el lienzo de un pintor callejero; la ciudad aparece representada sobre la propia ciudad y no hay distancia posible entre la representación y lo representado. Parece que un día de borrasca algo de la esencia de Barcelona precipitó, se concretó en el tronco. Y allí se puede ver durante un breve tiempo, antes de que acabe cayendo en trozos de corteza que el viento dispersará otra vez, con sus corrientes inciertas, por toda la ciudad.


                                                                                                        
                                                                                                             Rafael Pérez Mora





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